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| Amanecer en Titicaca. Isla de la Luna, al fondo los nevados. |
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| Playa de Copacabana desde el Calvario |
EN TIERRAS DEL CONDOR 5
El lago Titicaca, bisagra entre los mundos 2
Como montañero, estoy relativamente familiarizado con los escarpes y glaciares de la alta montaña. En cambio el altiplano con su extensa uniformidad y su inmenso despojamiento despierta mis temores y excita mi curiosidad. Similar siempre y siempre diferente, ya me veo recorriéndolo en bici, atravesando esta llanura a casi 4000 m que se extiende durante cientos de km. Y de improviso aparece la enorme lámina azul, Titicaca, la bisagra entre los mundos, no por conocida menos inquietante y evocadora. No es extraño que este mar en mitad de la puna haya sido revestido de sacralidad desde tiempos inmemoriales.
Es a través de la rendija entre los mundos que se produce la desgarradura… Y a menudo, por esa rendija, ya sea física como espiritual, se filtra y se infiltra lo sagrado.
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Tras un sueño reparador, sin los desvelos de costumbre debidos a la altitud, salgo de nuestro albergue a poco de amanecer. La línea de los Andes aparece en el horizonte más nítida que nunca, y a sus pies destaca la Isla de la Luna que no visitaremos, hogar en época inca de las Vírgenes del Sol. Todo ello sobre un mar aparentemente de plata, como si flotara sobre una alfombra de nubes, pues el Titicaca presenta este amanecer un tinte blanquecino, casi lácteo, en lugar de su habitual y vigoroso azul.
Es tiempo de abandonar la Isla del Sol, y nuestro más que agradable albergue, el Inti Wayra.
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Copacabana es la población más importante de la ribera boliviana del Titicaca. Un pequeño núcleo en realidad, 6000 habitantes alrededor de una bahía entre colinas cercana a la Isla del Sol. De hecho, el origen de la localidad es incaico, al ser la última etapa de la peregrinación a la isla, así que hay bastantes restos arqueológicos en los alrededores.
Hoy día la pequeña ciudad colonial se desparrama a media altura, mientras que en la ribera, la Costanera, hoteles y restaurantes con terraza montan guardia sobre una bonita playa en arco de círculo. Embarcaderos, pedalós, barquitas de todas las formas y tamaños nos indican lo animada que debe estar Copacabana en verano. Pero ahora estamos en invierno, a 3800 m. El agua debe estar muy fría y a nadie se le ocurriría bañarse. Estamos en temporada baja, al parecer. Las terrazas se ven solitarias, y no son pocos los que se acercan a la playa.
Aunque la oferta de alojamientos y marcha nocturna es bastante variada, creo que hemos hecho bien en alojarnos en la Isla del Sol.
Antes de convertirse en centro turístico, en los tiempos de la Colonia y con el beneplácito de la Iglesia Católica, Copacabana llegó a ser el centro religioso más importante del Virreinato. En cierto modo, gracias a la Virgen de Copacabana se revestía de un barniz de ortodoxia la veneración que las poblaciones originarias sentían hacia estos enclaves percibidos como sagrados desde generaciones.
Cambian las apariencias, tal vez incluso las mitologías, pero el Misterio permanece. Elemento importante en la resacralización del lugar será Francisco Tito Yupanqui, nieto del último inca, Huaina Capac, empeñado en tallar una imagen que representase dignamente a la Virgen de la Candelaria, patrona de la localidad. En 1583 fue instalada en el altar de la iglesia, y al poco empezaron a producirse los milagros. Así como los incas asimilaron y transformaron la tradición Tihuanaco, vemos al último de sus descendientes liderar la siguiente metamorfosis del espacio sagrado. La Virgen María es fácilmente asimilable a la Pachamama, la madre tierra tan venerada en estas tierras. Como me explicó la guía del Monasterio de San Francisco en La Paz, estas vírgenes están envueltas en ropajes que le dan una forma cónica, con lo que se asocian también a los Apus que residen en volcanes y nevados.
En la actualidad la Virgen de Copacabana es muy venerada tanto en Perú como en Bolivia. La pequeña iglesia originaria fue sustituida por una gran catedral renacentista cuyas blancas fachadas casi deslumbran. Cuando la visitamos, bastantes familias deambulaban por la plaza, muchas peruanas si atendemos a las matrículas de los vehículos. Se estaba celebrando la misa, y la nave estaba repleta de fieles. No era el mejor momento para intentar acercarse a la talla original, en un camarín sobre el altar.
Alrededor de la plaza observamos con curiosidad filas de coches, cochazos en su mayor parte, engalanados con guirlandas, flores de plástico y adornos varios. De nuevo los peruanos son mayoría. Según Carlos, una de las formas que adopta la veneración a la Virgen es la “challa” o bendición de los vehículos (aquí llamados movilidades) por los sacerdotes. Al parecer, a diario hay colas para ello.
Dejamos atrás la catedral y emprendemos la ascensión al Cerro Calvario, una de las colinas que dominan la bahía. Aunque no es una larga caminata, la abrupta pendiente y la altura me hacen jadear. Pero no importa, el recorrido es todo un espectáculo, y hay mucho que ver. La rocosa colina está cubierta por frondosos pinos y la empedrada pista zigzaguea en el relieve, encontrándose cada tanto con cruces de piedra marcando las estaciones del viacrucis. Ascendemos entre una multitud bulliciosa, niños, adultos y ancianos que a menudo se detienen en alguno de los numerosos puestos que hay a los lados. En ellos mujeres aymaras vestidas a la manera tradicional venden todo tipo de mercancías, desde refrescos a chucherías, pasando por recuerdos e imaginería religiosa, tabaco, hojas de coca, licores, velas…
Algo más arriba empiezan a aparecer pequeños nichos, y al verlos entiendo el porqué de las velas, el tabaco y el licor… Son usados por los fieles para sus “ch´allas” u ofrendas. Si son ofrendas a la Virgen o a los achachillas, es otro asunto. Posiblemente lo sean para ambos, consciente o inconscientemente.
A medida que nos acercamos a la cima del cerro aparecen los “yatiris”, chamanes y curanderos. Poseen el conocimiento necesario para celebrar adecuadamente los rituales de las ch´allas, y algunos ejercen de adivinos vertiendo estaño fundido en un hornillo en un recipiente con agua, y analizando las formas resultantes. Este tipo de adivinación solo lo he visto en Copacabana, en La Paz lo habitual es el uso de hojas de coca. Algunos yatiris se rodean de animales disecados, incluso de fetos de llama.
Contemplo maravillado todo este universo ritual tan poco ortodoxo y tan tradicional. Existe todo un mundo de distancia entre la religiosidad de estas gentes y la de nuestras abuelas por más devotas del rosario que fueran. En cambio, las tatarabuelas de estos aymaras que vivieron antes de la Conquista se reconocerían sin duda en estas prácticas.
Llegados a la cima del cerro, en un espacio alargado se alinean una serie de pequeños templetes, cada uno representando a uno de los misterios dolorosos de la Virgen. La Iglesia marcando terreno, no sea que nos olvidemos a quién se deben las ofrendas. Cada templete muestra una inscripción con la identidad de los donantes, a menudo con apellidos vascos. En lo más alto de la explanada, en un pedestal más elevado, una efigie de la Virgen de Copacabana. Una larga cola de peregrinos se estira y culebrea en torno a los templetes, tampoco aquí podré presentar mis respetos a la divinidad, al menos de cerca.
La atmósfera es más festiva que de recogimiento, nada que ver con lo que uno puede percibir en Lourdes. En los rincones aparecen de nuevo nichos donde las velas medio consumidas se confunden con otras ofrendas, y en las zonas de paso además de pequeños puestos aparecen comercios más elaborados, repletos de miniaturas en plástico de todo lo imaginable, de todo aquello que uno puede querer tener o proteger, desde viviendas hasta vehículos, electrodomésticos… Incluso papel moneda en miniatura. Objetos que serán bendecidos en las ch´allas por un yatiri, y tal vez también en la catedral por un sacerdote, y que si uno se fija volverá a encontrar en La Paz en el mostrador de una tienda, o en un rincón de la mesa de una oficina.
La vista desde el Cerro Calvario es estupenda, pero para mí es incluso más espectacular esta muestra de sincretismo religioso a la que estoy asistiendo.
Algo más abajo, en la ladera que mira al Titicaca se abre otra explanada, esta sin imaginería cristiana y ocupada al parecer por los yatiris aymaras, varios de ellos enfrascados en sus tareas que incluyen libaciones de alcohol, quema de incienso, y velas, ofrendas de cigarrillos y hojas de coca e incluso a veces disparo de cohetes. Permanecemos a distancia, intentando observar los rituales, pero los protagonistas perciben nuestra mirada e interrumpen su tarea. Nuestra curiosidad no es bienvenida…
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En fin, dos días muy intensos e interesantes. Uno en realidad, si descontamos los viajes. Es mucho lo que hemos vivido y aprendido en tan poco tiempo de la mano de Carlos. Sin lugar a dudas, las tierras y riberas del Titicaca merecen una estancia más prolongada y una exploración más exhaustiva. Pero incluso en una visita fugaz como la nuestra es posible asomarse al misterio de sus lugares sagrados, e intentar acercarse al espíritu de un pueblo que permanece aferrado a sus tradiciones indígenas.
Patxi Aiaratik
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| Nuestra lancha en el embarcadero |
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| Copacabana |
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| La Catedral |
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| Fieles en la catedral |
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| Coches bendecidos |
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| Subida al Cerro Calvario |
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| Ch´allas |
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| Carlos, nuestro guía. |
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| Los yatiris |
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| Miniaturas para las ch´allas |
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| La Virgen en el Calvario |








































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