jueves, 23 de octubre de 2025

EL VERANO DE LAS GRANDES CABALGADAS 2 Añisclo.

 

 

 

Primera visión del cañón, desde el puente de San Urbez.

San Urbez, lugar de poder.

EL VERANO DE LAS GRANDES CABALGADAS 2

Por las profundidades de Añisclo.

 

Complejo asunto, el de las geografías de la belleza. Es difícil describir lo que convierte un escenario bello pero banal en algo sublime. Una cierta armonía es necesaria; los contrastes ayudan, pero la monotonía no está exenta de hermosura… ¡Ay!, las níveas extensiones de la tundra, la multiforme uniformidad del océano de agua o de arenas…

Es más sencillo detectar los elementos que corrompen el paisaje, robándole su magia. Cicatrices recientes que lo desfiguran, elementos incoherentes que rompen su cohesión, y por encima de todo en estos tiempos de sobreexposición, la masificación. Más allá de cierto umbral, experimentar la belleza de un enclave en su integridad se hace imposible. Tal vez por ello, el objetivo último del visitante actual no es ya la contemplación de la belleza, ni su apropiación simbólica mediante su representación. El foco ha pasado del paisaje al sujeto, que ya ni siquiera lo contempla, sino que le da la espalda mientras se muestra sonriente a sí mismo. La figura del sujeto ocupa la mayor parte del encuadre del selfie, sobre un segundo plano apenas vislumbrado o sugerido. Pues lo importante no es la experiencia, sino la comunicación: “yo he estado allí”.

Reflexiones un tanto sombrías que emergen tras nuestras incursiones en el Parque Nacional de Ordesa, al hilo de conversaciones con el chofer del bus que nos sube a la Pradera, o en el Centro de Interpretación. 1800 personas es el tope de visitantes admitidos simultáneamente en la pradera de Ordesa. Cuando se alcanza esta cifra, los autobuses dejan de subir, hasta que baje el número… ¡Y esta cifra se alcanza en verano bastante a menudo! ¡Uff!

……………

Pero en esta madrugada del 2 de julio, las hordas de visitantes aun no han hecho su aparición. Gracias a la afortunada conjunción de meteorología desfavorable y hora temprana, nuestra incursión en Añisclo será solitaria y propicia a la contemplación. Apenas encontraremos algunos excursionistas cuando alcancemos la “autovía” del GR 11, entre la Fonblanca y el col de Añisclo.

El cañón de Añisclo es uno de esos escenarios que uno puede calificar sin duda de sublime. Una garganta rocosa de enormes dimensiones por cuyo fondo discurre el río Bellos, escultor formidable, flanqueado por un lujuriante bosque de ribera. La senda se abre paso por el bosque mixto, pero pronto se ve cortada por un estrechamiento del cañón, y debe buscarse la vida zigzagueando entre bloques, pedreras y musgo para alcanzar, 50 ó 100 m más arriba, una vira o erea que permita el paso, hasta que otra rampa permita volver a la ribera. Y así una y otra vez.

Ayer hubo tormenta y también se espera para hoy. En el parking no hay más coche que el nuestro mientras nos preparamos para lo que intuimos que será una larga jornada. El cañón de Añisclo es una de las 100 propuestas de Bellefon que nos quedaba por tachar. Bellefon lo plantea partiendo desde Goriz y en descenso. Nosotros lo abordaremos desde San Urbez, así que tendremos que recorrerlo en ida y vuelta. No tenemos muy claro que podamos llegar hasta el collado de Añisclo, y menos con esta previsión. Ayer mismo, según entrábamos en los sacos de dormir en nuestro vivac en Aínsa, una chaparrada nos obligó a despertar y de paso estrenar el “tarp” o toldo que Juan se ha agenciado para la ocasión. Así que el anorak va en la mochila, que por lo demás, salvo agua un poco de picoteo, está casi vacía. Además, el desnivel es considerable, 1400 m desde los 1000 a los que estamos hasta los 2400 del collado.

Son las 7:00 h. Pronto atravesamos el bello puente medieval, un tanto desfigurado por la cercanía del otro más moderno, y nos plantamos bajo la cueva-ermita de San Urbez. Un lugar de poder, sin duda. Avanzamos ligeros, primero por cómoda pista, después por sombría senda, entre la verticalidad de los cantiles y la horizontalidad de las ereas y la ribera, a través de bosque, musgo y roquedo. Iris, azucenas, alguna orquídea, escasos edelweiss… Impresiona la variedad del bosque: hayas, abetos, fresnos, avellanos, serbales, mostajos, sauces, tejos, boj… Es un bello escenario, y sin embargo tengo la sensación de que falta algo. Apenas se percibe el canto de los pájaros. Tampoco el bullir de insectos en las zonas soleadas. Tendré la misma impresión más veces este verano. ¿Estaremos quedándonos sin vida incluso en el corazón del parque natural? Se me encoge el corazón.

A las tres horas de marcha llegamos a la Ripereta y su cascada. Reconozco el lugar. Edu y Sonia me lo mostraron hace muchos años. Son unos enamorados de Ordesa, ya que se enamoraron allí… Aquella vez vimos al tritón pirenaico, pero hoy solo hay renacuajos de sapo. Bueno, y las hermosas Pinguicula longifolia, planta carnívora y rupícola, tal vez el endemismo más valioso del Parque.

Aun nos quedan dos horas de marcha, con perspectivas siempre cambiantes y siempre bellas, hasta que por fin salimos del bosque y el cañón comienza a abrirse entre prados y laderas más despejadas. Estamos en la Fonblanca, a 1700 m. Es la confluencia de dos barrancos, uno que conduce a Goriz y otro al col de Añisclo, ambos parte de la GR 11. Hay fuente y una pequeña borda. Es tiempo de picar algo, descansar y decidir que hacemos.

De momento, el cielo sigue azul. El collado se ve próximo, pero aun faltan 700 m de desnivel. Finalmente nos decidimos a subir.

Según nos acercamos al collado, empezamos a cruzarnos con grupos de senderistas. El cielo va cubriéndose rápidamente. Tras dos horas de subida, llegamos por fin al collado de Añisclo. Pero ahora que podemos pararnos para descansar y picar algo, resulta que empieza a chispear. Descendemos con rapidez, y el cielo nos da cierto cuartelillo hasta regresar a Fonblanca. Pero aquí el aguacero arrecia, y tenemos que guarecernos un buen rato bajo un pino bastante tupido. Hasta echamos una microsiesta. Cuando escampa, nos ponemos de nuevo en marcha.

Serán otras cuatro horas de marcha en soledad. La tormenta se desparrama en lluvia suave pero contínua, pero ya estamos bajo el manto protector del bosque. Un par de mirlos acuáticos se zambullen en las pozas. La penumbra húmeda del hayedo es más oscura que nunca, y nos topamos con hasta cinco sapos de buen tamaño que las lluvias animan a salir.

Es largo, el cañón de Añisclo, tan largo como hermoso, tanto como 36 km de ida y vuelta.  Y se nos hace largo al final. Regresaremos al coche tras 12 h de marcha.

En los próximos días, el mal tiempo se adueñará del Pirineo. Es hora de volver a casa. Pero lo haremos satisfechos, tras dos actividades interesantes y una más de “Las cien mejores” en el bolsillo. Y sobre todo, con la mirada y la memoria saturadas de belleza…

Patxi Aiaratik


En la Ripereta






Pinguicula longifolia




Lilium martagon, azucena


Brotes de tejo




El cañón se abre. Al fondo el collado.

Fonblanca




Atras va quedando el cañón

Col de Añisclo, 2400 m

Viola biflora

Regreso bajo la lluvia


La lluvia despierta a los sapos amodorrados por la ola de calor



 

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