UN LARGO Y TÓRRIDO VERANO … 5
Viaje al centro del desastre, Mer de glace, julio del 22
Aunque los efectos del cambio climático son globales, los científicos llevan años advirtiendo que su impacto es más extremo en las zonas polares y en los hábitats de alta montaña. Año tras año, las evidencias se acumulan para aquel que quiera verlas: derrumbes en paredes por fusión del permafrost, descomunales fracturas de seracs (Norte del Perdido, Marmolada), desestabilización de rutas normales que ha llevado en algunos casos a su cierre (Cervino, Mont Blanc, Aneto) … Vivimos el final de un ciclo.
Inmersos en la enésima ola de calor de un verano que acaba de empezar, atravesamos la dulce Francia con temperaturas próximas a los 40ºC. Pero Axi, Txingu y yo mismo nos consideramos afortunados. ¡Nos dirigimos hacia la alta montaña! Ya en Chamonix, a unos 1000 m de altitud, el mercurio marca más de 30ºC.
Tras nuestra visita de hace tres años, la desoladora visión que se nos ofrece al salir de la estación de Montenvers ya no es una sorpresa inesperada, pero sigue siendo dolorosa. La lengua gris de la Mer de Glace parece diminuta ante la magnitud de las morrenas y los gigantescos taludes que limitan en valle. La omnipresencia de grava, arenilla y demás escombro le hace a uno olvidar casi la presencia de un glaciar allí abajo. Pero sí, algo debe quedar, pues como cada año la “Grotte de glace” ha vuelto a ser excavada y expuesta al público.
En estos tres años hay algún cambio apreciable. El anterior descenso al glaciar “tipo ferrata” está impracticable, al parecer por derrumbes habidos o por haber. En su lugar, un amasijo de grúas, cables y excavadoras trabajan con la intención de estabilizar la zona. No envidio a los que trabajan allí.
Ahora hay que bajar por el acceso a la Cueva de Hielo, por un sistema de rampas y peldaños que conecta con una telecabina. Impresionante el trabajo de anclaje de las rampas a la pared.
En un momento dado, ya sobre el glaciar, pasamos una valla y entramos en el “peligroso terreno de la alta montaña bajo nuestra responsabilidad” Atrás quedan las rampas y las barandillas, las familias de turistas y los adolescentes con visera hacia atrás. Nos adentramos en este caos de grava, cascotes y hielo sucio, lección de geología en directo. A veces se abren entre el gris oscuras gargantas más o menos azuladas que comunican con a saber que abismos. Habrá que caminar un buen rato hasta que entre morrena y morrena aparezca hielo más reconocible, vítreo y azulado.
Me siento atrapado en un paisaje distópico, a la vez reconocible y extraño, una especie de decorado de “Blade runner” silvestre. A lo lejos, en la distancia, aparecen inmensos taludes deseando desmoronarse. Son las cicatrices dejadas por el retroceso glaciar, de momento más intenso en pérdida de grosor que de longitud. Y tan rápido que a la vegetación no le da tiempo a colonizarlas. Más arriba se intuyen rellanos con cierta cubierta vegetal. Es el nivel de los refugios, que antaño se alcanzaban con fáciles trepadas, pero ahora obligan a prolongados (e impresionantes) ascensos equipados con escalera metálicas por las laderas rocosas pulidas por el glaciar. Más arriba están las cimas, con sus glaciares colgantes y sus neveros. Todo ello reconocible, pero distinto, pues la nieve ya no luce al sol con el blanco inmaculado de mis recuerdos, o de las fotos antiguas. Es un gris más bien sucio, surcado por oscuros derrubios, sin brillo, al igual que los tiempos que nos toca vivir. La calima de esta tarde de verano canicular contribuye a esta atmósfera de desguace de automóviles.
Y sin embargo, sigue habiendo belleza en el paisaje, una belleza herida e inestable. La mirada captura hermosas estampas, contrastes y texturas en este deambular entre morrenas, bloques y hielo fósil. Todo un lujo, este patear sobre los últimos glaciares europeos.
Disfrutamos tanto de este subir y bajar y flanquear grietas que hasta se nos olvida a dónde vamos. Hay cosas que no cambian: al igual que hace tres años volvemos a liarnos y perdemos un tiempo precioso. Pero eso sí, me lo he pasado pipa sacando fotos… Para cuando regresamos al punto en el que se inicia la subida por las escaleras, marcado por un cuadrado amarillo de tamaño considerable (¿en qué estaríamos pensando para no verlo?), ya es media tarde, justo cuando la meteo vaticinaba tormentas.
La meteo en Chamonix no suele fallar. Como muestra, esta noche me he empeñado en dormir bajo un abeto pese a la previsión, hasta que el aguacero nos ha despertado y Txingu y yo nos hemos visto obligados a montar la tienda a oscuras a toda prisa.
De hecho se pone a llover un ratito. Pero las nubes, enternecidas al ver nuestra ingenuidad jugando entre las grietas, nos conceden una tregua y nos permiten ascender el tramo de ferrata sin problemas. Ahora nos toca un largo flanqueo y la última subida al refugio de Envers. Sin embargo, las nubes dicen “¡Hasta aquí hemos llegado!”, y se desencadena el infierno. En cuestión de segundos, la lluvia se convierte en chaparrada y esta pasa a ser tormenta de granizo. La luminosidad de la tarde se esfuma y en la penumbra destacan los fogonazos de los rayos, el fragor de los truenos resuena sin descanso, y auténticos torrentes se forman y manan de cada canal o depresión del terreno. Pese al glaciar y al casco (el granizo golpea duro) acabamos pelados.
A eso de las 19:00 llegaré al refugio el último, como de costumbre, agotado y bastante destemplado. Al menos, Axi y yo tenemos roca seca para cambiarnos, pero Txingu tiene que meterse en el saco para no perder calor. Después de cenar, se desencadena otra chaparrada. Vaya panorama. Y no nos vamos a quejar. Si la tormenta nos hubiera atrapado en la ferrata, a saber cómo habríamos salido… Porque si se hubiera desatado antes, no creo que ahora estuviéramos aquí, a cubierto en el refugio de Envers.
Patxi Aiaratik
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Petit Dru, las zonas claras son derrumbes |
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Chamonix |
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Rumbo a Montenvers |
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La mer de Glace |
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Primeras gotas |
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Subida a Envers |
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En plena tormenta |
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Al fin llega la calma |
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