

VERANO EN CHAMONIX 8
Epílogo
Curiosa
mañana, a 3350 m de altitud. Una tienda sobre el glaciar. A unas decenas de
metros asoma un pitón rocoso separado del glaciar por una rimaya. Por el hueco
entre el hielo y la roca, se ve y se oye el agua al manar. De hecho, ha estado
manando toda la noche. Triste el destino de estos glaciares, y tristes nosotros
que asistiremos a ello, aunque podemos darnos por afortunados por haberlos
vivido antes de su acelerado declive.
No
hemos madrugado. Aunque sin llegar a helar (la isoterma 0º está por las nubes)
la nieve se ha endurecido por el frío matinal. Nos ponemos en marcha hacia la
Punta Adolphe Rey.
Superamos
el colladito e iniciamos el descenso que conduce a la confluencia entre el
Glaciar du Géant y la Mer de Glace. La huella está hecha, no hay más que
seguirla. Desde aquí el plató glaciar se ve inmenso, se diría que
indestructible. A nuestra espalda la airosa silueta del Dent du Géant, cuya
vista nos hace sonreir. Pero nuestra mirada se centra en los satélites del
Tacul, hacia los que nos acercamos.
Toca
ahora atravesar un extenso campo de grietas. Las hay hermosas, de dos o tres
metros de ancho, atravesadas por puentes de nieve que a esta hora y a la sombra
parecen sólidos. No dan mal punto, pero pasamos con precaución. Poco después el
terreno se fractura más, pero acertamos a hallar un camino, cómodo y
relativamente seguro. Las grietas quedan atrás, y por encima nuestro asoma la
Punta Adolphe Rey.
Es
una elegante pirámide de granito rojizo que se eleva unos 300 m sobre el
glaciar. A simple vista se aprecian las debilidades de la muralla, por donde
discurre la vía abierta por Salluard y Busi en 1951.
Por
si tuviéramos dudas con el itinerario, casi en cada largo unos puntos de
colores jalonan el recorrido: hay bastantes cordadas. La vía recibe muy pronto
los rayos del sol. Damos un pequeño rodeo por nieve helada para acercarnos a la
base de la vía. Un par de cordadas más esperan su turno. Y por desgracia, la
cordada que acaba de entrar avanza a un ritmo desesperadamente lento en este
zócalo de III.
Nos
lo tomamos con calma, picamos y bebemos algo. Volvemos a ojear la ruta, la
cordada del primer largo sigue atascada. Nos miramos, y no nos cuesta mucho ponernos
de acuerdo. Nos damos la vuelta.
Es
una pena. La vía se ve bonita y asequible, 6 ó 7 largos de V con uno de Vsup/6ª.
En fin, otra vez será.
Iniciamos
el regreso, yo por delante, y donde menos nos lo esperamos salta la liebre.
Papila grita, y al darme la vuelta le veo hundido hasta la cintura donde nada
parecía indicar la presencia de una grieta. Uff!
El
regreso por el campo de grietas es mucho más tenso que hace un rato. Ahora el
sol calienta de lo lindo, y la nieve se ha reblandecido. Los puentes de nieve
que hay que atravesar nos parecen más que dudosos. Intentamos levitar. La
verdad, no creo que falte mucho para que este campo de grietas se convierta en
impracticable.
Finalmente
llegamos a la tienda. Y yo descubro que las suelas de mis botas están a punto
de desintegrarse… Mis viejas Nepal Top que tan buenos servicios me han rendido.
Es tiempo de regresar.
Unas
horas después estamos de vuelta en el valle, duchados y afeitados. Papila aun
se quedará unos días por aquí para escalar con su hija. Para mí ya es hora de
regresar. Y así termina otro verano en Chamonix, con sus periódicas olas de
calor, plagado de batallitas y de encuentros, y con alguna buena vía para el
cuentakilómetros… Que no sea el último.
Patxi
Aiaratik
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Hacia la Punta Adolphe Rey
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